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Reflexiones en (y sobre) cuarentena

 

Reflexiones en (y sobre) cuarentena.
Por el Lic. Mariano Zunino, docente del Tramo de Formación Pedagógica y del Profesorado de Educación Física


El Siglo V a. C. es probablemente el siglo más virtuoso para la filosofía. Heráclito, Sócrates, Platón, Zenón de Elea, prefiguran varias de las ideas que serán tomadas y retomadas, por pensadores de todos los tiempos y latitudes.

Sin embrago es este, el Siglo V a. C., el que será conocido como el siglo de Pericles, filósofo, abogado, político, que encandilaba por su oratoria, y que tuvo vital influencia en los destinos de Atenas, en los años de la llamada "edad de oro", promocionó las artes y la literatura, razón por la que Atenas es considerada el centro educacional y cultural de la Antigua Grecia, construyó varias de las representaciones arquitectónicas de la Acrópolis de Atenas, incluyendo al Partenón; su programa embelleció la ciudad, a la vez que dio empleo a muchos ciudadanos. Todo eso y más, hasta que al “primer ciudadano de Atenas”, encontró la muerte.

Mucho le ha dedicado la filosofía a la muerte, desde Epicuro, hasta Heidegger, desde Tomas de Aquino, a Kierkegaard, pasando por los estoicos, quienes sostenían que la misma filosofía es “un comentario sobre la muerte”. Es (la muerte), como el último “chan” de una canción como el punto final de una historia.

Lo último que acontece en la vida. Y en la vida de Pericles, ese punto, fue una epidemia que azotó a aquella Atenas. Fue la fiebre tifoidea lo que terminó con la vida de aquel líder, y (quizás por esto), con mucho de los valores que prevalecían en la época.

Ya en el pensamiento de Platón, hacia fines del Siglo V a. C. se vislumbra un pensamiento nostálgico, de añoranza por lo que fue y lo que ya no será jamás. Los años de oro quedaban atrás, y atrás quedaban también la democracia (la recuperarían con el tiempo) y el imperio que habían forjado y que ya nunca volverían a tener.

Hoy somos nosotros/as, seres humanos del Siglo XXI, quienes atravesamos un hecho similar (con particularidades epocáles, claro) de enfermedad globalizada, y angustia ecuménica.

Las preguntas existenciales toman una dimensión primordial, sobre todo para poner en discusión (interna) situaciones que no tienen una resolución inmediata. Son tiempos de introspección, de revisión, de reformulación, que pueden ir desde adentro hacia afuera.

La pandemia pone de manifiesto (y deja al descubierto) escenarios que creíamos absolutos, absorbentes, claramente dominantes, y que empiezan a tambalear. Lo que hasta hace poco era incuestionable, ahora se ve pasible de crítica. El individualismo como fundamento de todo, como valor supremo, como explicación del estado de las cosas, como el fin último, (el telos que, en griego, significa “fin”, “objetivo” o “propósito”) pareciera entrar en crisis.

Hoy atravesamos una dificultad eminentemente colectiva, y difícilmente se pueda encontrar una solución que no sea colectiva. Se ve más claro que nunca, lo conectados/as que estamos con otros/as, y lo difícil que es pensar nuestro devenir sin esos/as otros/as.

El hiperconsumismo, y la placidez alcanzada en función de la cantidad de cosas materiales a las que accedemos, se contrapone con la necesidad de valorar derechos como la salud y la educación, que deben estar garantizados como base de la dignidad humana. Y que no puede haber sociedad que se construya y desarrolle sin ellos como prioridades universales.

La avaricia y la codicia, que se nos presentan comúnmente como daños colaterales, pero que son en realidad, aspectos intrínsecos de la felicidad más mediatizada, prometida, celebrada y exaltada, hasta convertirse en el fetiche del nuevo milenio.

Como plantea Rodolfo Rabenali, será cuestión de parir nuevos opuestos sentimientos, si aspiramos a un mundo más humano. Vivimos en un tiempo donde la información a reemplazado al conocimiento, donde noticias virales, viralizadas, infectadas (metáfora del calendario actual), circulan por las redes sociales, y son recepcionadas de manera a-crítica, transformándose en consignas o en pancartas.

Y acá nuevamente, la Educación, con sus escuelas, con sus docentes, (que asumiendo que no ostentamos el monopolio del saber, mochila que hemos cargado por años y que es necesario desprenderse), tenemos el inmenso desafío de enseñar a procesar tanta (sobre)información. En última instancia, estimular el estado de la duda. Enseñar a dudar. Dudar de todo, como lo aconsejara Descartes, en el Siglo XVII, pareciera ser (otra vez) el punto de partida epistemológico.

Claro que no es fácil, que hay que tener valor para animarse, y que es, por la fuerza y el poder que lo componen, lo más dificultoso de deconstruir. Pero no por eso, podemos dejar de señalarlo.

Como aquella peste que azotó Atenas, y derribó varios de sus valores imperantes, quizás ésta que nos toca atravesar, abra la posibilidad de revisar prácticas humanas que han ocasionado mucha desigualdad, muchas injusticias, y sobre todo mucho sufrimiento.

Quizás la pandemia sea eso, una puerta que se abre.

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